A comienzos del siglo XV vivía, en calle Juan Perea, hoy Emilio Castelar, un zapatero llamado Maese Luis, fervoroso devoto del Nazareno de la capilla existente en el exterior de la Iglesia de Santa Bárbara. Tenía dos hijos pequeños y su mujer estaba bastante enferma. El hombre estaba dominado por el vicio del juego y todo lo ganado lo gastaba en dados y tableros, por lo que la familia pasaba necesidad. Había empeñado muchos objetos en casa del judío Samuel, que habitaba en la calle Morería. Una noche en que la mujer del zapatero agonizaba por la enfermedad y la falta de alimentos, Maese Luis acudió al Nazareno para suplicarle con dolor y arrepentimiento que lo amparara. El Santo Cristo cobró vida y entregó al hombre un cíngulo o cordón de oro que ceñía su cintura, haciendo que se convirtiera en el precioso metal para socorrer a su familia. Asombrado por el prodigio y lleno de alegría, corre para vender el oro, pero, al pasar por la casa de juego, olvida el milagro y pierde el importe de la venta.

La leyenda asegura que Jesús Nazareno, al ver la ingratitud de Maese Luis y sabiendo que no podría negarle su auxilio si otra vez se lo pidiese, dispuso que se le borrara el cíngulo para siempre cada vez que se lo pintasen, cosa que parece ser ocurrió en dos ocasiones. Este es el motivo por el que la imagen no tiene cíngulo en su túnica y se le conoce desde entonces con el nombre de Jesús sin Soga.

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